El segundo acto de una insólita tragedia
NEW YORK.- Nadie puede predecir cuál será el desenlace –si es que
hubiera alguno–de la crisis humanitaria creada por el éxodo de inocentes
que, contra todos los obstáculos, cruzan la frontera solos provenientes
de México y Centroamérica.
Pero de lo que no hay duda es de que si Washington intenta resolverla
mediante la aplicación rígida de las leyes actuales, solo conseguirá
exacerbar el caos migratorio ya existente, producto de una larga lista
de injusticias y errores como las deportaciones masivas, el
multimillonario negocio de las cárceles privadas, los abusos de la
patrulla fronteriza y la falta de voluntad política para arreglar la
situación de los 11 millones de indocumentados que sobreviven en el
país.
Esa, sin embargo, parece ser la solución por la que se inclinan las
autoridades federales. Si así fuera, estaría al descorrerse el telón
para el segundo acto de esta insólita tragedia: la repatriación de la
mayor cantidad de niños y niñas tan rápidamente como sea humanamente
posible. El espectáculo, de llegar a darse, no va a ser precisamente
catártico.
“Todos los que arrestemos en nuestra frontera serán prioridad para
deportación,” ha dicho el secretario de Seguridad Interna Jeh Johnson.
“Serán prioridad para aplicarles nuestras leyes de inmigración sin
importar su edad”.
El funcionario afirmó también que está sosteniendo conversaciones con
representantes de Guatemala, El Salvador, Honduras y México sobre
seguridad fronteriza y una “repatriación más rápida.”
La represión y la fuerza son también las propuestas de republicanos
como el congresista de Virginia, Robert Goodlatte, un rabioso
antiinmigrante que preside el Comité Judicial de la Cámara. “Se ha regado la voz por el mundo acerca de la débil política de
protección fronteriza del presidente Obama”, ha afirmado Goodlatte.
“Esto ha estimulado a más individuos a venir ilegalmente a EE.UU.,
muchos de los cuales son niños de Centroamérica.” Para él, la creciente
oleada infantil es “un desastre creado por la Administración” por lo que
“aplicar la ley en la frontera y en el interior de EE.UU. es crucial
para terminar con este tipo de situaciones”.
Es claro que tanto Goodlatte como Johnson prefieren presentar como un
problema de seguridad fronteriza lo que en realidad es una crisis
humanitaria de enormes proporciones. Para ellos los 90,000 niños que se
calcula llegarán este año solos son únicamente un grupo más de
“individuos” que buscan aprovecharse de sus ricos y generosos vecinos
del Norte.
Se equivoca Goodlatte y se equivoca una vez más la administración de
Obama. Los muchachos no vienen detrás del cada vez más ilusorio sueño
americano; llegan escapando de los peligros de la miseria, la
desesperanza y la violencia desenfrenada de los carteles de la droga y
las maras asesinas que están desplazando a toda una generación. Vienen
para salvar la vida.
Implementar leyes más estrictas y deportar a más niños no detendrá
esta oleada de inmigración infantil. Eso solo lo puede lograr darles la
oportunidad de sobrevivir y desarrollar su potencial en su propia
tierra.
Por eso, lo único efectivo –y lo único justo– es invertir los
billones que ahora se gastan para reprimirlos en crear condiciones que
permitan a los jóvenes de Centroamérica y México no verse forzados a
emprender la huida a cualquier precio.
Después de todo, esa inversión sería solo un modesto “down payment”
sobre la enorme deuda contraída con ellos por, entre otras cosas, los
devastadores conflictos armados financiados por Washington durante la
Guerra Fría y su vergonzoso apoyo a gobiernos ilegítimos y criminales.
Fuente: Progreso Semanal/Weekly
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