martes, 27 de enero de 2015

Los alimentos como mercancía






Los alimentos son una de las necesidades más básicas del ser humano. El acceso continuo a una dieta equilibrada es fundamental para el crecimiento y el desarrollo de la infancia, así como para la salud general a lo largo de la vida de los individuos. Aunque en general existe abundancia de alimentos, la desnutrición sigue siendo habitual. La contradicción entre un abundante suministro global de alimentos y la extensión mundial de la desnutrición y el hambre surge principalmente de la consideración de los alimentos como una mercancía como otra cualquiera. 

Durante muchos milenos desde el origen de nuestra especie, los seres humanos fueron cazadores y recolectores, una existencia que podría parecer frágil. Sin embargo, a juzgar por las pruebas arqueológicas, así como por ejemplos recientes, los cazadores-recolectores en general consumían una dieta variada que suministraba una nutrición adecuada. Por ejemplo, estudios realizados en los años 60 y 70 sobre los ¡Kung del sur de África, forrajeadores desde hace miles de años, indican que aunque comían carne producto de la caza, aproximadamente dos tercios de su alimentación era de origen vegetal: frutos secos (que suministran más de un tercio de la ingesta calórica), frutas, raíces y bayas, y su dieta proporcionaba aproximadamente 2.400 calorías diarias. Los grupos de cazadores-recolectores eran igualitarios, es decir, todos participaban en el suministro de alimentos. 

 La agricultura, que se desarrolló hace siete a diez mil años, proporcionó un excedente de alimentos que permitió el desarrollo de las ciudades, y de las civilizaciones y jerarquías que las acompañan: agricultores, artesanos, sacerdotes, reyes, guerreros, escribas y otros funcionarios. Pero que existiese un excedente no significa que las personas estuviesen mejor alimentadas que los cazadores-recolectores. De hecho, se cree que la menor variedad de alimentos disponibles con respecto a lo diverso de la dieta de los cazadores-recolectores, además de la dependencia casi exclusiva de los cereales para obtener calorías, disminuyó la salud de los primeros agricultores, según indica su menor altura comparada con la de los cazadores-recolectores. En estas sociedades agrícolas, las clases no productoras de alimentos se apropiaban de casi todos los excedentes de la producción alimentaria. En la mayoría de las sociedades agrícolas precapitalistas había muchos más productores con respecto a las clases no productivas. 


En algunos imperios antiguos, los impuestos imperiales tomaban la forma de alimentos transportados a largas distancias desde su lugar de producción. Por ejemplo, el norte de África era el granero de Roma. Una parte importante de la historia de China se refiere a la construcción de infraestructuras para almacenar y suministrar alimentos lejos de su lugar de producción. No obstante, en la mayor parte del planeta (incluyendo la Europa feudal), los alimentos eran producidos por campesinos y consumidos por sus familias o bien los aristócratas terratenientes se los apropiaban a nivel bastante local. Cuando existían mercados se basaban en el trueque y el comercio de alimentos era en especie, sin que se convirtiese en mercancía. 

Esto cambió con el capitalismo o la producción generalizada de mercancías. La interminable acumulación de beneficios, la fuerza motriz del sistema capitalista, se realiza a través de la producción de mercancías o servicios para ser vendidos a un precio mayor que sus costes de producción. La producción con el objetivo de la venta y el beneficio, en lugar de la producción para el uso, es una característica definitoria del capitalismo, y casi todos los intercambios de mercancías se realizan en mercados. Durante las etapas tempranas del capitalismo, cuando la mayoría de la gente aún vivía y trabajaba en el campo, una gran parte de los alimentos se producía para ser consumida a nivel local en las áreas rurales y no existía como mercancía. Sin embargo, los agricultores cercanos a las ciudades en construcción y/o a cursos de agua transportaban alimentos a los centros urbanos en proceso de industrialización. 

El carácter mercantil de los alimentos se acentuó a medida que el capitalismo crecía y conquistaba la mayor parte de las sociedades del mundo. Las potencias imperiales introdujeron a los campesinos de sus colonias en la economía monetaria mediante el cobro de impuestos monetarios en lugar de impuestos en especie. La necesidad de obtener dinero para pagar los impuestos fue el inicio de un proceso que convirtió una parte de los alimentos producidos en mercancía. 

La fase industrial del capitalismo provocó la disminución de la población rural en Europa, Norteamérica y Japón. La gente fue obligada a abandonar sus tierras y a buscar trabajo en las ciudades, instalándose en los centros industriales en crecimiento (muchos también migraron de Europa a Norteamérica, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y otros países). El desarrollo de canales, ferrocarriles y redes de carreteras permitió el transporte de alimentos a larga distancia por el interior de grandes masas continentales. Los avances en el transporte marítimo también disminuyeron mucho el coste del comercio global de alimentos. 

Casi todos los cultivos y los animales criados utilizando la escala y la estrategia de las prácticas agrícolas industriales se comercializan como mercancías indiferenciadas. Los agricultores venden sus cosechas a compradores que revenden las materias primas para ser procesadas (o ellos mismos las procesan), siendo las mercancías semiprocesadas vendidas después a mayoristas que después las venden a minoristas que, por último, venden los alimentos al público. Por tanto, los agricultores que producen la mayoría de los alimentos en los países ricos se han alejado enormemente del público que compra sus productos, no sólo físicamente, sino también por la extensa cadena de intermediaros entre las granjas y la mesa de las personas. 

 La mecanización agrícola ha aumentado la productividad laboral, lo cual ha conducido a menos agricultores y a granjas más grandes. A medida que los métodos industriales se han ido aplicando a los cultivos y a la cría de animales, el sector de insumos agrícolas ha crecido de manera espectacular y se ha concentrado muchísimo: en la actualidad, son relativamente pocas las empresas que producen y comercializan maquinaria agrícola, fertilizantes, pesticidas y semillas. Los sistemas alimentarios industrializados también han provocado la concentración y la centralización de la producción, y el aumento del poder de los monopolios. 

Por ejemplo, grandes empresas integradas de “proteínas” (carne) ahora establecen contratos con agricultores para que produzcan aves de corral y cerdos en condiciones inhumanas y de hacinamiento. Debido a que las empresas exigen que sus contratistas estén emplazados cerca de donde han decidido construir sus mataderos, a menudo esto significa el transporte de piensos desde larga distancia. Las vacas de carne están siendo criadas, cada vez con más frecuencia, en enormes instalaciones de engorde de ganado. Por supuesto, la agricultura, es decir, los cultivos y la cría de animales propiamente dichos, sólo es una parte del sistema alimentario total. La naturaleza mercantil de todas las partes del sistema agrícola/alimentario (los insumos agrícolas, el cultivo y la cría efectivos, la compra y el procesamiento de productos agrícolas brutos, y el comercio mayorista y minorista) significa que se producen y se comercializan muchos tipos diferentes de mercancías. La propia agricultura ha sido reducida a un componente de un sistema mayor de agronegocio, y muchos de los pequeños agricultores que aún quedan en EEUU se están convirtiendo cada vez más en subcontratistas de empresas mayores. 

La parte de insumos de la agricultura ha sido uno de los últimos sectores de la economía en someterse a la concentración de propiedad, que ha conducido a menos empresas de maquinaria, de “agroquímicos” (fertilizantes y pesticidas) y de semillas. Unas pocas empresas de insumos y de compra/procesamiento son capaces de ejercer un poder cercano al monopolio. Una de la últimas novedades en el sector de los insumos ha sido la creación de variedades transgénicas (genéticamente modificadas, o GM) de cultivos. La consolidación de la industria está siendo estimulada por el mayor control ejercido sobre los precios (y los agricultores), y en la actualidad, aproximadamente 40% de todo el mercado de semillas global está controlado por tres empresas: Monsanto, DuPont, y Syngenta. 

A nivel global, una parte significativa de los alimentos sigue siendo producida por pequeños propietarios rurales para el consumo personal o para mercados muy locales en Latinoamérica, África y Asia. Pero en EEUU, Europa Occidental y Australia (y ahora en Brasil, y aún más recientemente en Argentina, Paraguay y Bolivia), los cultivos se producen cada vez más en enormes granjas muy mecanizadas para la comercialización a nivel nacional o internacional. La mayor parte de estos países estimulan activamente la producción a gran escala para la exportación, con el fin de obtener divisas extranjeras o para ayudar a equilibrar su balanza de pagos internacional. 

Consecuencias 

El carácter mercantil de la producción, del procesamiento y del consumo de alimentos provoca una serie de consecuencias importantes. En las economías capitalistas, como ya se ha mencionado, casi todas las iniciativas tienen como objetivo la producción de mercancías para la venta, tanto si el “producto” es de absoluta necesidad, como los alimentos y la salud, como si es de lujo, como una avioneta privada o una mansión. Cada vez más parcelas del mundo natural, incluyendo el suministro de agua y los propios genes de la vida, están siendo sometidas al control privado con el fin de obtener beneficios en lugar de satisfacer las necesidades de la población. 

Sin embargo existe una contradicción crítica cuando una necesidad humana básica se produce y se comercializa como una mercancía, tanto si consideramos los alimentos, la salud, el agua potable o el alojamiento. Una consecuencia del capitalismo es la aparición de una estratificación de la riqueza que incluye a los parados, los trabajadores pobres, una clase trabajadora con mejores condiciones, la clase media, y un grupo relativamente pequeño de individuos muy ricos. El estrato más bajo de la sociedad (que incluye a los miembros de lo que Marx denominó el ejército de reserva del trabajo) es fundamental para que el sistema funcione con fluidez. Cuando la economía se expande ofrece mucha mano de obra y mantiene los salarios bajos, porque los trabajadores saben que pueden ser sustituidos con facilidad. (1) Incluso en los países ricos, como EEUU, los numerosos parados y los trabajadores con un sueldo bajo no pueden pagar todos los costes básicos de la vida: alquiler, electricidad, transporte (unos modelos irracionales de desarrollo junto con unos medios de transporte público inadecuados hacen que a menudo sea necesario utilizar el coche para ir al trabajo), ropa, asistencia médica, alimentos, etc. 

Puesto que la pobreza en EEUU no significa estar en la miseria absoluta, los pobres a veces tienen opciones: pueden comprar una cantidad mayor o menor de alimentos con un valor nutricional mayor o menor, saltarse comidas, obtener cupones de alimentos (que ahora se llaman SNAP, “Supplemental Nutrition and Assistance Program”, Programa de Ayuda y Nutrición Suplementaria), o recibir alimentos de la beneficiencia. Después de pagar el alquiler y los gastos en servicios no les queda mucho dinero para comprar alimentos. En el verano de 2011, aproximadamente 46 millones de personas estaban recibiendo ayudas alimentarias a través de los programas federales, aunque son insuficientes. Aún así, a pesar de la abundancia de alimentos, de la elevada renta media per cápita y de los distintos tipos de ayudas disponibles, se considera que aproximadamente 50 millones de personas en EEUU están en un estado de “inseguridad alimentaria”. De estas, más de 12 millones de adultos y 5 millones de niños tienen una seguridad alimentaria “muy baja”, en que uno o más miembros de la familia está disminuyendo su consumo de alimentos. 

Por supuesto en algunas partes de los países del Sur las condiciones son aún peores. El carácter mercantil de los alimentos hace que el precio de los alimentos sea mucho mayor que los escasos medios de un gran número de personas, lo cual provoca una nutrición insuficiente. Las Naciones Unidas calculan que hay casi mil millones de personas en el mundo con desnutrición. Esto conduce a graves problemas sanitarios y a la muerte de millones de seres. La carencia de alimentos, que no llega a la condición de desnutrición severa, sigue siendo un estado muy grave. Así, un factor importante que incitó a las revueltas del año pasado en el mundo árabe fue la sensación de injusticia asociada con el aumento del precio de los alimentos y el acceso desigual a estos. 

 Debido a que los productos alimentarios son mercancías, y a que el único objetivo del sistema alimentario/agrícola es vender más y obtener más beneficios, se ha desarrollado un enorme sistema publicitario alrededor de los alimentos, en particular del sector más rentable: los alimentos procesados. Se incita a los niños a que consuman alimentos muy calóricos pero con bajo valor nutricional, como los cereales azucarados para desayuno; y debido a que estos alimentos procesados son relativamente baratos y pueden adquirirse en tiendas de comestibles locales que a menudo no disponen de alimentos de mayor calidad, como frutas y verduras, el carácter mercantil de los alimentos explica, en parte, el incremento en la obesidad, en especial en las clases pobres. 

Las cosechas de alimentos tienen muchos usos diferentes, además del consumo humano directo. Pueden procesarse en una diversidad de formas: panes (pitas, tortillas de maíz u otros), patatas fritas en bolsa, precocinados congelados, pasta, helados, etc. El maíz habitualmente se procesa para obtener almidón y azúcares industriales (con alto contenido en fructosa). Un porcentaje relativamente alto de maíz y soja cultivados en EEUU se emplea para alimentar a cerdos y aves de corral, así como a vacas de carne y lecheras (que, desde el punto de vista ambiental, deberían comer pasto y forraje leguminoso que las bacterias en sus rúmenes convierten en energía utilizable y proteína para los animales). Y debido al deseo de disminuir la dependencia del petróleo importado y de contar con una fuente supuestamente más “ecológica” de combustibles líquidos, se está cultivando maíz, soja, colza, caña de azúcar, aceite de palma y jatrofa (un cultivo no alimentario que se emplea sólo para fabricar biocombustible) para producir etanol o biodiesel. 

En EEUU y Europa existen mandatos y subsidios gubernamentales que fomentan la producción de cultivos alimentarios y no alimentarios que después se utilizan como materia prima para biocombustibles. Esta es una razón importante que explica el mercado cerrado y los altos precios de las cosechas de maíz y aceite. Un informe de la FAO indica: “Los biocombustibles industriales generan una nueva demanda de productos agrícolas que puede mejorar la oferta de los países pobres y las poblaciones con inseguridad alimentaria, lo cual pone de relieve la tensión entre una demanda potencialmente ilimitada (en este caso de energía) y los límites de un mundo con recursos finitos.” (2) La búsqueda de otros mercados para el maíz fue lo que indujo a Dwayne Andreas, director general del conglomerado de adquisición/procesamiento de cereales y de cereales para piensos Archer Daniels Midland (ADM), a buscar influencias en el campo político y gastar grandes sumas de dinero tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano. ADM fue el principal promotor de la industria de conversión del maíz en etanol y puede considerarse el precursor del actual mandato de mezclar cierto porcentaje de etanol con gasolina (que está en proceso de aumentar del 10% al 15%). 

El carácter mercantil de los alimentos, en sí mismo, limita el acceso a ellos por parte de la clase pobre. Los incentivos y las presiones del mercado contribuyen a la intercambiabilidad de cultivos alimentarios cruciales que también pueden utilizarse para la producción de combustible o para piensos animales; a la posibilidad de cultivar cosechas estrictamente para uso industrial, si se pagan a buen precio; y a una enorme acumulación de mercancías agrícolas y la posterior especulación (véase a continuación). Las tierras pueden utilizarse para cultivos destinados a varios usos: alimentos para las personas, cultivos que también pueden ser piensos animales, y materias primas industriales (algodón, jatrofa, maíz para producir azúcares u otros productos, y cultivos como el heno que son estrictamente para animales). Los precios del mercado orientan la producción del agricultor. Cuando aumenta el precio del etanol se destina una mayor cantidad de tierras al cultivo del maíz para producir etanol. Si aumenta el precio del algodón, en una parte de las tierras destinadas a producir maíz y soja se cultivará algodón. Los precios del mercado también orientarán la utilización final de las cosechas que tienen múltiples usos; por ejemplo, determinan si la soja se empleará para fabricar aceite vegetal para uso humano, para piensos animales, o para convertirse en combustible biodiesel. La necesidad de alimentar a las personas hambrientas no entra en el cálculo. 

 
Cuando un país pobre (denominado “en desarrollo”) intenta resolver sus problemas alimentarios principalmente estimulando a los agricultores a producir más, las cosechas abundantes tienden a bajar los precios con lo que los pobres pueden acceder con más facilidad a los alimentos. Sin embargo los precios bajos pueden resultar problemáticos para los agricultores, muchos de los cuales también son pobres. Esto es lo que ha sucedido recientemente en Zambia, en donde “la enorme producción puede hacer que el precio se desplome. Los pequeños agricultores, que son los menos productivos, sufren el doble por producir poco y por obtener una cantidad mísera por su cosecha.” (3) Por tanto, las cosechas abundantes en la agricultura capitalista tienden a favorecer a los grandes agricultores, en especial a los que emplean insumos tales como riego y fertilizantes que ayudan a lograr elevados rendimientos. Sin embargo, los precios bajos resultantes pueden abocar a una mayor pobreza a un gran número de pequeños agricultores, ya que muchos son incapaces de proteger sus cosechas frente a los caprichos de la naturaleza y carecen de los medios económicos para sostenerse en los momentos adversos. 

Al fenómeno de la mercantilización de los alimentos se le ha añadido una reciente dimensión: una nueva apropiación de tierras por parte de capital privado y de fondos soberanos que compran o arriendan tierras en África, Asia y Latinoamérica para producir alimentos y biocombustibles para los mercados del país de origen de los inversores. (4) Como ocurre con los alimentos, el insumo básico para su producción, la tierra, se convierte en una mercancía lista para la especulación o para el mejor postor. En muchos países del hemisferio Sur, los sistemas tradicionales de tenencia de tierras son arrinconados a medida que el capital privado o los fondos soberanos nacionales compran o arriendan las tierras con contratos a largo plazo. El objetivo consiste en ganar dinero o en producir alimentos o combustible (jatrofa u otras cosechas destinadas a combustible) para los mercados “interiores”. Esto crea una “descampesinización” aún más rápida a medida que se expulsa de sus tierras a más y más campesinos, que se trasladan a los suburbios urbanos en los que no hay trabajo para ellos. Se calcula que aproximadamente 20 millones de hectáreas se han vendido o están bajo arriendo a largo plazo a países extranjeros o a capital extranjero. “En África lo denominan la apropiación de tierras o el nuevo colonialismo. Países ansiosos por garantizar su suministro de alimentos, que incluyen a Arabia Saudí, los Emiratos, Corea del Sur (el tercer mayor importador mundial de maíz), China, India, Libia y Egipto, están en la vanguardia de una carrera frenética por acaparar tierras cultivables por todo el globo, pero principalmente en África, hambrienta de dinero.” (5) 

 El “mejor uso” de cualquier mercancía es aquel con el que se puede obtener el mejor precio, independientemente de las consecuencias sociales, ecológicas o humanitarias. Un pequeño ejemplo de las contradicciones que surgen de este hecho es el creciente mercado para la quinoa en el Norte. La quinoa es un cereal que se cultiva en los Andes especialmente nutritivo por su equilibrado contenido en aminoácidos. Esto beneficia a los agricultores porque aumenta el precio de sus cosechas, pero al mismo tiempo significa que este alimento tradicional y nutritivo es cada vez más caro para la gente local. ( 6) 

Otra consecuencia del carácter mercantil de los alimentos es que cada vez se ven más sometidos a movimientos especulativos de su precio. Las materias primas, tales como metales y cosechas de alimentos, se han convertido en un objetivo preferencial para los especuladores que desean apostar sobre los cambios de precio de productos tangibles, en lugar de confiar enteramente en las complejas apuestas contenidas en muchos “instrumentos financieros”. La Cámara de Comercio de Chicago (CBOT, “Chicago Board of Trade”, de propiedad de la Bolsa Mercantil de Chicago), fundada en 1848, es el mercado organizado más antiguo dedicado a la compra y venta de contratos de opciones y de futuros sobre alimentos. A lo largo de su historia, la CBOT y otros mercados de materias primas han sido utilizados principalmente por los interesados en garantizar los precios porque compraban, vendían o utilizaban los productos físicos: agricultores, compradores, y procesadores de alimentos. Era una manera segura de proteger su negocio frente a los caprichos de la naturaleza y a la competencia. Pero debido a la financialización de la economía, todo se ha convertido en un blanco legítimo para la especulación, de modo que los alimentos y otros productos agrícolas (así como otras materias primas) sólo son otro tipo más de apuesta. Con la denominada “Commodity Futures Modernization Act” (Ley de Modernización de Futuros de Materias Primas, firmada en EEUU), los mercados de materias primas se desregularizaron en 2000 y se desarrollaron productos financieros “estructurados” para permitir diversos tipos de especulación. Además de las apuestas directas sobre materias primas individuales, se establecieron los fondos de productos básicos (utilizados por primera vez por Goldman Sachs) para vigilar el precio de las materias primas. 

 La cantidad de dinero empleado en estos fondos aumentó de 13.000 millones de dólares en 2003 hasta 317.000 millones en 2008. Tal como explica el gestor de fondos de compensación estadounidense Mike Masters: “En la actualidad, los especuladores poseen aproximadamente el 70% del interés abierto en los mercados de materias primas. Hace diez años controlaban más o menos el 30% del mercado.” ( 7) Con tanto dinero fluyendo hacia los mercados de materias primas alimentarias, los precios aumentan en un alza especulativa. Por supuesto esto no significa que el precio de las materias primas siga subiendo indefinidamente: el precio fluctúa en base a las condiciones económicas, los niveles de reservas alimentarias mundiales, los rendimientos de las cosechas, los rumores y las modas. Pero la especulación hace que los precios oscilen en mayor medida, y cada vez más rápido, y cuando los precios alcanzan un máximo esto contribuye a que muchas personas, a veces millones, pasen hambre, y cuando los precios se desploman, esto también contribuye a la ruina de los pequeños productores. Cuando los alimentos (una necesidad básica para la supervivencia y la salud humanas y que, en la actualidad, se producen en cantidades suficientes para que todas las personas del globo tengan una dieta nutritiva básica) son una mercancía, el resultado es la cronicidad del hambre, de la malnutrición, de las muertes prematuras y de la escasez cuando un suministro limitado conduce a precios extraordinariamente elevados. 

Pero existen ejemplos de agricultores y consumidores que están organizando formas alternativas de cultivar alimentos para las personas y no para el mercado, como las granjas CSA (“Community Supported Agriculture”, Agricultura Sostenida por la Comunidad), en las que la gente adquiere (a menudo en base a una escala móvil según sus recursos económicos) una parte proporcional de lo que se produce en cada estación del año. Este tipo de acuerdos entre agricultores y consumidores son alentadores porque son la prueba de un planteamiento alternativo con respecto a los alimentos. Sin embargo la única manera de garantizar que haya alimentos disponibles en cantidad y en calidad suficientes para todas las personas es desarrollar un nuevo sistema que considere que los alimentos son un derecho humano y no una mercancía; sólo entonces podremos hacer realidad la frase, “Alimentos para las personas, no para el beneficio”. 

Autor: Fred Magdoff es profesor emérito de Ciencias del Suelo en la Universidad de Vermont. Es coautor, junto con John Bellamy Foster, de What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism (Monthly Review Press, 2011). Traducción al castellano: Ana Grandal Fuente original: Food as a commodity. 

NOTAS (1) Un análisis del ejército de reserva, véase Fred Magdoff y Harry Magdoff, “Disposable Workers: Today’s Reserve Army of Labor,” Monthly Review 55, no. 11 (2004): 18–35. (2) High Level Panel of Experts on Food Security and Nutrition, “Price volatility and food security,” Committee on World Food Security, Roma, julio 2011, http://fao.org. (3) Samuel Fromartz, “The Production Conundrum,” The Nation, 3 de octubre, 2011, 20–22. (4) GRAIN, “The New Farm Owners: Corporate Investors and the Control of Overseas Farmland,” en Fred Magdoff and Brian Tokar, eds., Agriculture and Food in Crisis: Conflict, Resistance, and Renewal (New York: Monthly Review Press, 2010). (5) Margareta Pagano, “Land Grab: The Race for the World’s Farmland,” The Independent, 3 de mayo, 2009, http://independent.co.uk. ( 6) Simon Romero y Sarah Shahriari, “Quinoa’s Global Success Creates a Quandary at Home,” The New York Times, 19 de marzo, 2011, http://nytimes.com. (7) Deborah Doane, “As food speculators make money, the world’s poorest suffer,” CNN Opinion, 22 de junio, 2011, http://cnn.com. 




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